Descripción
Mucho antes de convertirse en uno de los críticos de arte más citados de la posguerra, Ángel Marsá siguió los pasos de la bohemia nocturna.
Matriculado en un taller de pintura pasaba las horas en los barceloneses cafés de la calle del Cid o del Conde del Asalto, en aquel distrito quinto entonces frecuentado por estibadores de muelle, traficantes, pistoleros y prostitutas Aquí sintió por primera vez la llamada de su verdadera vocación de escritor y fruto de aquellas vivencias es la obra que presentamos.
Con diecinueve años entró a trabajar en la redacción de “La Tarde” y posteriormente en “El Progreso”, órgano oficial del lerrouxismo.
Son años de exaltación política, populismo, un cierto decadentismo romántico y un culto a la violencia que Marsá ya había tenido ocasión de poner en práctica con la redacción del Primer Manifiesto vibracionista, un texto pensado para dar asistencia teórica al dinamismo pictórico de su amigo Rafael Barradas pero que el interesado se negó a firmar, escandalizado con el tono procaz que utilizaba Marsá, acusando a dadaístas, cubistas y futuristas de «dulzarrones maricas del arte».
Ángel Marsá